Hoy, 20 de
noviembre, se celebra el Día Universal del Niño y la Niña. Pero más que una
celebración, debería ser una reclamación, una fuerte queja, un grito indignado
y furioso que recorra toda la tierra.
En Gaza, una niña
ve morir a sus padres bajo las bombas. Los recientes ataques contra población
civil se han cobrado ya la vida de 26 menores de edad[1];
el resto corren el riesgo de quedar huérfanos o perder sus casas por culpa de
la sinrazón.
Mucho más cerca,
quizá en nuestro propio barrio, un par de hermanos se quedan en la calle por
culpa de un sistema despiadado que castiga a los ciudadanos que sólo quieren un
techo donde vivir y beneficia a las entidades que únicamente persiguen el
lucro. En España no hay morteros destrozando edificios, pero existe artillería
legal para arruinar vidas.
A miles de
kilómetros de allí, en la periferia marginal de Guayaquil, una adolescente
descubre que está embarazada. En Ecuador, el 17,4% de las niñas de entre 15 y
19 años ha sido madre[2].
En la última década, las cifras de embarazo adolescente en el país andino han
crecido un 74%. Un fenómeno que está relacionado con los niveles de
desnutrición y la tasa de abortos.
Cruzando el
Pacífico, en un suburbio de Manila, un niño de 7 años hoy tampoco irá a la
escuela. Tiene que ir a trabajar para ayudar a su familia. En Filipinas hay 5,5
millones de niños trabajadores, gran parte de ellos desempeñando tareas
peligrosas[3].
Y un poco más
allá, una niña nepalesa de 11 años es entregada en matrimonio. El aislamiento
social y el analfabetismo será el precio que tendrá que pagar esta pequeña,
víctima de la desigualdad de género y la pobreza[4].
Las guerras,
el poder tiránico del dinero, el absentismo escolar, la violencia de género,
los matrimonios precoces y el trabajo infantil son algunas de las lacras contra
las que deben dirigirse las políticas de los gobiernos y las reivindicaciones
de la sociedad. Porque actuar en beneficio de la infancia es el principio del
fin del círculo vicioso de la pobreza. Y porque las niñas y los niños no han
hecho nada para merecer este mundo. Ellos no han contribuido a hacerlo así; por
el contrario, tienen en sus manos el poder para cambiarlo. En las nuestras está
darles las herramientas para lograrlo.
[1] Fuente: www.rtve.es/agencias
[2] Censo de Población y Vivienda de Ecuador, actualizado en 2010.
[3] Fuente: Organización Internacional del Trabajo.
[4] Fuente: www.periodismohumano.com
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