miércoles, 18 de agosto de 2010

“¿Quién conoce a don Matías, el señor que pisó el tren?”

España es uno de los principales países receptores de inmigrantes ecuatorianos. Sin embargo, la segregación entre la población española y la ecuatoriana, entre nacionales y extranjeros, es tal que no nos conocemos, y eso nos lleva a pensar que somos diferentes. Pero hoy hemos podido comprobar, como bien ha dicho Marga, que nos reímos de las mismas cosas, disfrutamos con los mismos juegos y tenemos las mismas inquietudes.
Nuestra visita a las instalaciones de Monte Sinaí ha resultado toda una sorpresa. La demostración palpable, ya atisbada ayer en nuestra visita a la planta de producción de viviendas, de que la Corporación Hogar de Cristo es un engranaje perfecto que funciona como si de una gran empresa se tratase, pero sin ánimo de lucro.
Tras una intensa mañana de presentaciones, en la que hemos conocido todos y cada uno de los servicios que presta la Corporación Hogar de Cristo –desde Salud a Educación, pasando por Microcréditos y Proyectos-, nos han invitado a participar en una de las sesiones de capacitación que reciben las socias de Hogar de Cristo. Una formación obligatoria si se quiere recibir un crédito para iniciar un negocio que les permita ser independientes y cuidar de su familia.
Cada semana, Rafael imparte un curso de liderazgo a esas mujeres, con el objetivo de que en un futuro impulsen procesos de cambio en sus comunidades y se conviertan ellas mismas en agentes de desarrollo. La transformación llega desde dentro.
Y la transformación ha comenzado ya, pues con esta primera toma de contacto hemos conseguido romper el hielo –con juegos y danzas como ¿Quién conoce a don Matías?- y abrir los ojos a la realidad de estas mujeres, que al definirse a sí mismas destilan sufrimiento, dolor por haber sido traicionadas, maltratadas. “Mi principal defecto es amar”, dice una. “El mío, ser demasiado confiada”, dice otra.
Pese a ello, desde el minuto uno, nos han recibido con los brazos abiertos y nos han contado las intimidades de sus barrios, dominados por la violencia intrafamiliar.
Y al despedirnos, la promesa de volver otro día a seguir compartiendo con ellas experiencias, y a contagiarnos de su vitalidad.

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